lunes, 18 de junio de 2012

Duelo Eterno


Se encontraba en medio de aquel bosque oscuro. Solo lo acompañaba la luz de aquella antorcha que amenazaba con apagarse. Le parecía increíble que en ese mismo momento hubiese en otras partes del mundo personas viviendo algo completamente distinto a lo de él. Que hubiera alguien sonriendo, comiendo, bebiendo o durmiendo. Aquellas acciones ya le parecían inalcanzables.  
Seguía buscando aquella esmeralda extraña. Pero buscar un verde tan verde en medio del verde más verde que hay, resultaba una proeza imposible. Aquel bosque estaba bañado por una extraña magia. Había un brillo tenue en sus pies, un verde tan vivo que la oscuridad no lo apagaba. Pero no, no por eso alumbraba. Si no fuera por su antorcha, estaría perdido. ¿No lo estaba ya, incluso con ella?
Sus pasos eran torpes y la decisión que lo había acompañado hacía apenas unas horas se había esfumado, al parecer por completo. Ya no tenía escapatoria y se había autoproclamado capaz de encontrar aquella maldita esmeralda. Tenía que demostrarlo o morir en el intento.
Los arboles crecían ya muy juntos en el sitio donde se encontraba. Pensaba en algunos momentos que estaba soñando, entonces intentaba ver que todo era un sueño y se intentaba despertar, pero no lo conseguía, tampoco podía volar ni hacer nada extraordinario. Tal vez nunca en su vida había estado tan despierto como en aquel momento. El hambre, el sueño, la sed; todo su cuerpo le gritaba aquella verdad.
Empezaba a tener demasiado frio, pero no del físico sino del emocional y la desesperanza estaba consumiéndolo. Llevaba allí ya dos días completos, o al menos había salido el sol y se había ocultado dos veces y no estaba seguro de que aquellos fueran días normales, se le hacían mucho más lentos. Al menos el día, de seguro lo era. La noche se extendía por largo tiempo.  Y tan pronto como veía el sol divisarse caía dormido sin poder evitarlo. Chocaba siempre muy fuerte contra el suelo estuviera en el lugar en que estuviera y despertaba justo para ver el último segundo en el cual se estaba ocultando por completo una vez más. Cuando dormía – si es que aquello era dormir – no soñaba, solo había oscuridad y destellos verdes en medio de aquel mundo negro.
Sabía que si dormía de noche, en aquella oscuridad todo estaba perdido. Pero ya no aguantaba más. Soltó la antorcha, pero su fuego eterno no se consumió ni menguó cuando tocó el piso. Llevaba prendida desde que había entrado allí..Aún así la perdió de vista. Cerró sus ojos. Se acostó y justo cuando se estaba disponiendo para dormir ocurrió lo extraordinario.
Sonó un estallido cerca a él que lo obligó a despertar. A unos cuantos pasos había un hombre de contextura delgada y bastante alto para lo que recordaba común a los hombres. Tenía un destello propio, en medio de la oscuridad, no necesitaba luz para distinguirse claramente. No parecía ser muy fuerte pero había algo en su presencia y en su ropaje negro que le obligaba a respetarlo. Se giró lentamente y vio entonces un rostro lleno de cicatrices y formas dispares y asimétricas. Una nariz retorcida, como si hubiese sido golpeado un centenar de veces. Pero en medio de todo aquello, unos ojos de un café claro extraordinario y una sonrisa perfecta. No sabía hacia cuanto se había mirado a un espejo, pero tuvo la misma sensación.
Un frio le recorrió todo el cuerpo y el suelo pareció estremecerse con él. Estaba frente a sí mismo.
Ya había escuchado antes las instrucciones. En el momento en que se encontrara sumergido y rodeado por la belleza de la esmeralda verde, tendría que enfrentarse a sí mismo. Y matarse. O morir.
Aquellas palabras tan paradójicas ahora cobraban un poco de sentido. La esmeralda no era más que el mismo suelo que había estado pisando todos esos días, ese que dejaba ver su inigualable belleza en las noches de aquel extraño bosque. Y el otro punto. ¿Cómo podría matarse a sí mismo para sobrevivir? Ya estaba encontrando la respuesta. Se quedó tumbado un poco más sin saber qué hacer. Y reaccionó de repente, incluso para sorpresa de él mismo.
Sacó el puñal de acero negro que tenía guardado dentro de una funda al lado derecho. Y salió corriendo contra su oponente. Salió corriendo contra si mismo. Y acertó en el primer intento, lo clavó en el brazo derecho con fuerza.
Escuchó entonces su grito.
No supo cual de los dos había gritado, pero sin duda, solo él mismo tenía muestras de haber sentido el dolor. Entonces vino un golpe fuerte a su cara. Su nariz, como tantas otras veces se rompía y daba libertad total al líquido rojo que circulaba tan plácidamente por todo su cuerpo. La sangre cayó  sobre el suelo verde y al mínimo contacto perdió completamente su brillo sobrenatural. Lo único que alumbraba en aquel bosque extraño era su oponente. Él mismo pero brillante.
Reaccionó deprisa y dio varios pasos hacia atrás esquivando una segunda estocada. Se dio cuenta entonces que el golpe no le había dolido en lo más mínimo. No era corto de entendederas. Se fijó en la cara de su doble. Su singular oponente tenía una mueca de dolor y se tocaba su nariz intacta. Su brazo derecho tenía un brillo rojo que nunca había visto en su vida y dejaba adivinar una herida profunda, realizada evidentemente por un puñal. Y también sentía un inmenso dolor en su brazo derecho.
<>- para vencer tenía que soportar el dolor de la muerte, y ver su oponente cómo moría.
No tuvo tiempo para pensar más. Aunque parecía que el tiempo corría muy despacio. Su oponente no lo hacía a la misma velocidad. Tenía un puñal igual que el suyo y se dirigió hacia él con un movimiento recto que iba directo a su corazón. Se quitó rápidamente y profirió un ataque con toda su fuerza hacia el rostro. <>. Pero antes de que llegara a su objetivo, el clon se movió con rapidez y lo único que consiguió fue hacerle una herida poco profunda en el pecho. Ahora venía el obvio contra-ataque. Y no vino solo. Un ardor insoportable en el pecho le hizo pensar que iba a explotar por dentro. El dolor lo distrajo, mermó sus reflejos, su concentración e inmediatamente después vio cómo su brazo izquierdo sangraba profundamente. Se tiró al suelo y rodó alejándose de su oponente. Estaba jadeando, pero aquel maldito clon brillante tenía su mano derecha en el brazo izquierdo y tenía una mueca de dolor.
Lo que siguió a continuación, rompió estrepitosamente el silencio de la noche. El dolor paralizaba más que las heridas en sí mismas. Aunque sentía que su brazo izquierdo no tenía movilidad tomo su puñal con él y forzó un ataque directo a su ojo derecho. Sabía que iba a perder visibilidad y la necesitaba debido a la oscuridad, pero el sentir aquel dolor iba a ser muchísimo peor. Su oponente empezó a gritar pidiendo piedad mientras de un momento a otro perdía la visibilidad de la mitad del mundo. No vio su ojo derecho, pero se lo imaginó rodando por el suelo de aquel bosque. Ahora tenía a su enemigo completamente indefenso, chillando en el suelo y con una mano en su ojo… Se abalanzó contra él. El clon no se intentó defender, pero a cambio se apuñalo fuertemente los dedos de la mano derecha, aquella con la que él tenía el puñal. El dolor no lo hizo gritar, pero si soltar el puñal por un segundo.
Inmediatamente se precipitó al suelo en busca de él, intentando no darle importancia al dolor. Su clon estaba recobrando la compostura… Se estaba acercando a él. Pero había cometido un gracioso error. Había quedado con su brazo derecho completamente inutilizable y sabía que tan poco diestro era con la mano izquierda. Palpó algo frio en medio del suelo oscuro, lo tomo con su mano y esperó.
Ya estaba muy cerca y tenía el puñal alzado para clavárselo en la espalda, directo en el lugar donde se ubicaba el corazón al otro lado del cuerpo. Entonces rodó hacia el lado derecho alejándose de su mano y del puñal. Y se paró de un salto.
El dolor que sintió en el cuello era indescriptible. Luego vino la sensación de un ahogo incontrolable. No podía gritar pues sentía que la garganta había perdido toda funcionalidad. No podía respirar bien. Su clon cayó, mientras perdía el brillo lentamente. Y cuando todo fue oscuridad, su suplicio terminó. El cuello le dejó de doler. Pero a la vez, un dolor en donde antes había tenido un ojo empezó. Vio una luz al fondo, el sol se estaba asomando. Posiblemente aquello sería el final de aquella hazaña por la esmeralda verde. Y por fin vería amanecer y volvería al mundo humano de verdad. Despertaría de aquella eterna pesadilla.
Llegó a sentir el calor del sol solo un instante. Su único ojo se cerró de repente. Sintió que caía. Solo despertaría de nuevo al anochecer.


Se encontraba en medio de aquel bosque oscuro. Solo lo acompañaba la luz de aquella antorcha que amenazaba con apagarse. Le parecía increíble que en ese mismo momento hubiese en otras partes del mundo personas viviendo algo completamente distinto a lo de él. Que hubiera alguien sonriendo, comiendo, bebiendo o durmiendo. Aquellas acciones ya le parecían inalcanzables.  
Llevaba allí tres días completos y no paraba de buscar aquella extraña y maldita esmeralda verde. Ni si quiera sabía si en verdad habían sido tres días reales o solo ilusiones. La desesperanza lo estaba consumiendo. Cerró su ojo y se tiró al suelo resignado a dormir para nunca más despertar. Pero justo en ese momento sucedió lo que ya creía imposible.
Sonó un estallido cerca a él que lo obligó a despertar. A unos cuantos pasos había un hombre de contextura delgada y bastante alto para lo que recordaba común a los hombres. Tenía un destello propio, en medio de la oscuridad, no necesitaba luz para distinguirse claramente. No parecía ser muy fuerte pero había algo en su presencia y en su ropaje negro que le obligaba a respetarlo, aunque estuviera desgarbado en varias partes. Se giró lentamente y vio entonces un rostro lleno de cicatrices y formas dispares y asimétricas. Una nariz retorcida, como si hubiese sido golpeado un centenar de veces y en lugar de un ojo, un agujero vació repleto de gusanos y de un color negro profundo. Pero en medio de todo aquello, una sonrisa perfecta. No sabía hacia cuanto se había mirado a un espejo, pero tuvo la misma sensación.
Sintió un escalofrío. Era él mismo, reflejado en otro. A eso se referían las instrucciones que le había dado su maestro antes de mandarlo. Matarse a sí mismo para sobrevivir. Los dos ojos cafés que había entre ambos se encontraron solo un instante. Reaccionó rápido sorprendiéndose a sí mismo.
Sentía que había hecho aquello un centenar de veces. 

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