Se encontraba en medio de aquel
bosque oscuro. Solo lo acompañaba la luz de aquella antorcha que amenazaba con
apagarse. Le parecía increíble que en ese mismo momento hubiese en otras partes
del mundo personas viviendo algo completamente distinto a lo de él. Que hubiera
alguien sonriendo, comiendo, bebiendo o durmiendo. Aquellas acciones ya le parecían
inalcanzables.
Seguía buscando aquella esmeralda
extraña. Pero buscar un verde tan verde en medio del verde más verde que hay,
resultaba una proeza imposible. Aquel bosque estaba bañado por una extraña
magia. Había un brillo tenue en sus pies, un verde tan vivo que la oscuridad no
lo apagaba. Pero no, no por eso alumbraba. Si no fuera por su antorcha, estaría
perdido. ¿No lo estaba ya, incluso con ella?
Sus pasos eran torpes y la
decisión que lo había acompañado hacía apenas unas horas se había esfumado, al
parecer por completo. Ya no tenía escapatoria y se había autoproclamado capaz
de encontrar aquella maldita esmeralda. Tenía que demostrarlo o morir en el
intento.
Los arboles crecían ya muy juntos
en el sitio donde se encontraba. Pensaba en algunos momentos que estaba soñando,
entonces intentaba ver que todo era un sueño y se intentaba despertar, pero no
lo conseguía, tampoco podía volar ni hacer nada extraordinario. Tal vez nunca
en su vida había estado tan despierto como en aquel momento. El hambre, el
sueño, la sed; todo su cuerpo le gritaba aquella verdad.
Empezaba a tener demasiado frio,
pero no del físico sino del emocional y la desesperanza estaba consumiéndolo.
Llevaba allí ya dos días completos, o al menos había salido el sol y se había
ocultado dos veces y no estaba seguro de que aquellos fueran días normales, se
le hacían mucho más lentos. Al menos el día, de seguro lo era. La noche se
extendía por largo tiempo. Y tan pronto
como veía el sol divisarse caía dormido sin poder evitarlo. Chocaba siempre muy
fuerte contra el suelo estuviera en el lugar en que estuviera y despertaba
justo para ver el último segundo en el cual se estaba ocultando por completo
una vez más. Cuando dormía – si es que aquello era dormir – no soñaba, solo
había oscuridad y destellos verdes en medio de aquel mundo negro.
Sabía que si dormía de noche, en
aquella oscuridad todo estaba perdido. Pero ya no aguantaba más. Soltó la
antorcha, pero su fuego eterno no se consumió ni menguó cuando tocó el piso. Llevaba prendida desde que había entrado allí..Aún así la perdió de vista. Cerró sus ojos. Se acostó y
justo cuando se estaba disponiendo para dormir ocurrió lo extraordinario.
Sonó un estallido cerca a él que
lo obligó a despertar. A unos cuantos pasos había un hombre de contextura
delgada y bastante alto para lo que recordaba común a los hombres. Tenía un
destello propio, en medio de la oscuridad, no necesitaba luz para distinguirse
claramente. No parecía ser muy fuerte pero había algo en su presencia y en su
ropaje negro que le obligaba a respetarlo. Se giró lentamente y vio entonces un
rostro lleno de cicatrices y formas dispares y asimétricas. Una nariz
retorcida, como si hubiese sido golpeado un centenar de veces. Pero en medio de
todo aquello, unos ojos de un café claro extraordinario y una sonrisa perfecta.
No sabía hacia cuanto se había mirado a un espejo, pero tuvo la misma
sensación.
Un frio le recorrió todo el
cuerpo y el suelo pareció estremecerse con él. Estaba frente a sí mismo.
Ya había escuchado antes las
instrucciones. En el momento en que se encontrara sumergido y rodeado por la
belleza de la esmeralda verde, tendría que enfrentarse a sí mismo. Y matarse. O
morir.
Aquellas palabras tan paradójicas
ahora cobraban un poco de sentido. La esmeralda no era más que el mismo suelo
que había estado pisando todos esos días, ese que dejaba ver su inigualable
belleza en las noches de aquel extraño bosque. Y el otro punto. ¿Cómo podría
matarse a sí mismo para sobrevivir? Ya estaba encontrando la respuesta. Se
quedó tumbado un poco más sin saber qué hacer. Y reaccionó de repente, incluso
para sorpresa de él mismo.
Sacó el puñal de acero negro que
tenía guardado dentro de una funda al lado derecho. Y salió corriendo contra su
oponente. Salió corriendo contra si mismo. Y acertó en el primer intento, lo
clavó en el brazo derecho con fuerza.
Escuchó entonces su grito.
No supo cual de los dos había
gritado, pero sin duda, solo él mismo tenía muestras de haber sentido el dolor.
Entonces vino un golpe fuerte a su cara. Su nariz, como tantas otras veces se
rompía y daba libertad total al líquido rojo que circulaba tan plácidamente por
todo su cuerpo. La sangre cayó sobre el
suelo verde y al mínimo contacto perdió completamente su brillo sobrenatural.
Lo único que alumbraba en aquel bosque extraño era su oponente. Él mismo pero
brillante.
Reaccionó deprisa y dio varios
pasos hacia atrás esquivando una segunda estocada. Se dio cuenta entonces que
el golpe no le había dolido en lo más mínimo. No era corto de entendederas. Se
fijó en la cara de su doble. Su singular oponente tenía una mueca de dolor y se
tocaba su nariz intacta. Su brazo derecho tenía un brillo rojo que nunca había
visto en su vida y dejaba adivinar una herida profunda, realizada evidentemente
por un puñal. Y también sentía un inmenso dolor en su brazo derecho.
<>- para vencer tenía que soportar el dolor de
la muerte, y ver su oponente cómo moría.
No tuvo tiempo para pensar más.
Aunque parecía que el tiempo corría muy despacio. Su oponente no lo hacía a la
misma velocidad. Tenía un puñal igual que el suyo y se dirigió hacia él con un
movimiento recto que iba directo a su corazón. Se quitó rápidamente y profirió
un ataque con toda su fuerza hacia el rostro. <>. Pero antes de que llegara a su objetivo,
el clon se movió con rapidez y lo único que consiguió fue hacerle una herida
poco profunda en el pecho. Ahora venía el obvio contra-ataque. Y no vino solo.
Un ardor insoportable en el pecho le hizo pensar que iba a explotar por dentro.
El dolor lo distrajo, mermó sus reflejos, su concentración e inmediatamente después
vio cómo su brazo izquierdo sangraba profundamente. Se tiró al suelo y rodó alejándose
de su oponente. Estaba jadeando, pero aquel maldito clon brillante tenía su mano derecha en el brazo izquierdo y tenía una mueca de dolor.
Lo que siguió a continuación,
rompió estrepitosamente el silencio de la noche. El dolor paralizaba más que
las heridas en sí mismas. Aunque sentía que su brazo izquierdo no tenía
movilidad tomo su puñal con él y forzó un ataque directo a su ojo derecho.
Sabía que iba a perder visibilidad y la necesitaba debido a la oscuridad, pero
el sentir aquel dolor iba a ser muchísimo peor. Su oponente empezó a gritar
pidiendo piedad mientras de un momento a otro perdía la visibilidad de la mitad
del mundo. No vio su ojo derecho, pero se lo imaginó rodando por el suelo de
aquel bosque. Ahora tenía a su enemigo completamente indefenso, chillando en el
suelo y con una mano en su ojo… Se abalanzó contra él. El clon no se intentó defender,
pero a cambio se apuñalo fuertemente los dedos de la mano derecha, aquella con
la que él tenía el puñal. El dolor no lo hizo gritar, pero si soltar el puñal
por un segundo.
Inmediatamente se precipitó al
suelo en busca de él, intentando no darle importancia al dolor. Su clon estaba
recobrando la compostura… Se estaba acercando a él. Pero había cometido un
gracioso error. Había quedado con su brazo derecho completamente inutilizable y
sabía que tan poco diestro era con la mano izquierda. Palpó algo frio en medio
del suelo oscuro, lo tomo con su mano y esperó.
Ya estaba muy cerca y tenía el
puñal alzado para clavárselo en la espalda, directo en el lugar donde se
ubicaba el corazón al otro lado del cuerpo. Entonces rodó hacia el lado derecho
alejándose de su mano y del puñal. Y se paró de un salto.
El dolor que sintió en el cuello
era indescriptible. Luego vino la sensación de un ahogo incontrolable. No podía
gritar pues sentía que la garganta había perdido toda funcionalidad. No podía
respirar bien. Su clon cayó, mientras perdía el brillo lentamente. Y cuando
todo fue oscuridad, su suplicio terminó. El cuello le dejó de doler. Pero a la
vez, un dolor en donde antes había tenido un ojo empezó. Vio una luz al fondo,
el sol se estaba asomando. Posiblemente aquello sería el final de aquella hazaña
por la esmeralda verde. Y por fin vería amanecer y volvería al mundo humano de
verdad. Despertaría de aquella eterna pesadilla.
Llegó a sentir el calor del sol
solo un instante. Su único ojo se cerró de repente. Sintió que caía. Solo
despertaría de nuevo al anochecer.
Se encontraba en medio de aquel
bosque oscuro. Solo lo acompañaba la luz de aquella antorcha que amenazaba con
apagarse. Le parecía increíble que en ese mismo momento hubiese en otras partes
del mundo personas viviendo algo completamente distinto a lo de él. Que hubiera
alguien sonriendo, comiendo, bebiendo o durmiendo. Aquellas acciones ya le parecían
inalcanzables.
Llevaba allí tres días completos
y no paraba de buscar aquella extraña y maldita esmeralda verde. Ni si quiera
sabía si en verdad habían sido tres días reales o solo ilusiones. La
desesperanza lo estaba consumiendo. Cerró su ojo y se tiró al suelo resignado a
dormir para nunca más despertar. Pero justo en ese momento sucedió lo que ya
creía imposible.
Sonó un estallido cerca a él que
lo obligó a despertar. A unos cuantos pasos había un hombre de contextura
delgada y bastante alto para lo que recordaba común a los hombres. Tenía un
destello propio, en medio de la oscuridad, no necesitaba luz para distinguirse
claramente. No parecía ser muy fuerte pero había algo en su presencia y en su
ropaje negro que le obligaba a respetarlo, aunque estuviera desgarbado en
varias partes. Se giró lentamente y vio entonces un rostro lleno de cicatrices
y formas dispares y asimétricas. Una nariz retorcida, como si hubiese sido golpeado
un centenar de veces y en lugar de un ojo, un agujero vació repleto de gusanos
y de un color negro profundo. Pero en medio de todo aquello, una sonrisa perfecta.
No sabía hacia cuanto se había mirado a un espejo, pero tuvo la misma
sensación.
Sintió un escalofrío. Era él mismo,
reflejado en otro. A eso se referían las instrucciones que le había dado su
maestro antes de mandarlo. Matarse a sí mismo para sobrevivir. Los dos ojos
cafés que había entre ambos se encontraron solo un instante. Reaccionó rápido sorprendiéndose
a sí mismo.
Sentía que había hecho aquello un
centenar de veces.