domingo, 24 de junio de 2012

ROJO FUEGO - AZUL CIELO


Por fin, después de meses salía de mi casa. Era medio día y hacia un día relativamente despejado. El aire estaba cargado de humedad, había sido una noche lluviosa. Pensaba que cuando saliera iba a ser algo especial, pero no. Parecía como si estuviera en mi patio, mucho más grande; pero mi patio.
Caminé sin afán, intentando ser natural. No tenia miedo ¿Debería tenerlo? Mi encierro era estratégico, eso me lo repetía una y otra vez. El miedo era un sentimiento desgarrador que no estaba dispuesto a sentir.
Crucé la primera esquina, tenia que ir a la droguería.  La persona que normalmente hacia esas tontas diligencias por mi estaba ausente. Eso podía ser extraño, pero también podía ser completamente normal. Afuera hay trancones, distracciones, amigos, amigas y un sinfín de cosas que lo hubiesen podido retasar. También podría estar muerto, secuestrado o siendo torturado. Pero todas las posibilidades podían ser verdaderas.
Mi respiración es acompasada, me hago consciente de ella. Inhalación, exhalación, allí está el secreto de la vida… Y de la muerte.
Mis pupilas se dilatan. Rojo fuego. Un aroma dulzón me embriaga al instante. Es agradable. Hay una risita. Hay una mujer. Una hermosa mujer. Esta hablando con un desconocido. No. Se está despidiendo.  
Tanta quietud tal vez me haya hecho algún daño mental. Mi respiración, mi respiración… ¿Inhalo o exhalo? Suspiro. La mujer da la vuelta. Rojo Fuego. Azul cielo.
Sus ojos se clavan en mí, siento que me pongo del color de su cabello.
Estoy nervioso, asustado, loco. Completamente loco. Inhalo, pero no aire, respiro su aliento. Inhalo su aroma. Tomo una decisión.
Disimuladamente doy la vuelta.. Izquierda, derecha, ya me acerco. Voy detrás de ella, la voy a perseguir. Si. Estoy seguro. Esto hay que llevarlo hasta el final, no me voy a detener. Nada me va a detener. Sonrió. Estoy loco. Inhalo.
Rojo fuego.

Izquierda, derecha una vez más. Su manera de caminar es grácil, pero rápida. Siento que me estoy esforzando y sigo respirando tranquilamente. Tengo un objetivo, los locos no. Probablemente no esté tan loco. Probablemente tenga un plan.
Entro por una puerta angosta, ubicada entre dos almacenes. Una puerta casi imperceptible. Ella la vio, yo también. Inhalo, exhalo. Rojo Fuego ¿Dónde estás?
La puerta conduce a un corredor largo sin ninguna otra puerta auxiliar. Pero ella no aparece. Sigo caminando. Su aroma aún queda en el ambiente, pero de repente parece más lejano. El recuerdo de aquel cabello rojo, se me muestra no tan rojo. Su mirada no tan atractiva. ¿Será cuestión de mi memoria?.
¿Qué estoy haciendo? Definitivamente el encierro me volvió loco. Me aparto del mundo, por una razón que parezco olvidar y en la primera vez que pongo un pie fuera de mi seguro hogar, me encuentro atrapado en un callejón.  
Mierda y mil veces mierda.
Ya no estoy loco. Ya no es un juego. Ya no es Rojo Fuego ni Azul Cielo. Solo es mi perdición.
Una voz, resuena atrás de mí.
--¿Quién persigue a quien?  
Me doy la vuelta y ella está tras de mi. Sonríe. ¿Cuantas veces he visto su rostro? Aun no aprendo. Algo me golpea por detrás y me encuentro con el asfalto. Me sabe a sangre, me sabe a asfalto. Me sabe a suciedad, a orín y de nuevo a sangre. No estábamos solos. Antes de poder darme cuenta me encuentro en una habitación circular rodeado de hombres mucho más grandes y fuertes que yo. Todos me sonríen desde arriba.
Una pistola se acerca a mí. Como tantas otras veces… Siento un frio lacerante. Está dentro de mi. Como tantas otras veces. No tardarán en disparar.
--Te voy a matar – no recuerdo cómo era su voz pero si sus palabras.
Y recuerdo que no gritó cuando, de repente, la luz se encendió. Solo hizo leve gesto que me mostró su sorpresa.  
-¿Quién va a matar a quien? – Quise que el momento fuera teatral. Por eso Halcón y yo lo dijimos al mismo tiempo. Tres disparos sonaron. Mientras ella, Alea, caía al fin, junto a mi encierro. Eliminado una más de mi lista. Sus hombres se arrodillaron y soltaron los rifles con miedo.
Sonreí. Yo seguía en el suelo. Ella estaba a mi lado. Rojo Fuego… No, Rojo Sangre. Azul cielo… No. Ojos blancos, blanco del tono de la muerte. Estoy loco. Esto apenas comienza. Inhalo, exhalo.
Hay muchas más mujeres por seguir. Mi encierro ya, por fin, con esta tonta pelirroja, vio su fin.  



PESADILLA


Al igual que los escenarios y los personajes en medio de un sueño, se desaparecían. Las caras cambiaban sin previo aviso, Tan solo dos pasos atrás, un manto negro y de repente todo desaparecía. Ya estaba en otro lugar. Y no, no estaba soñando.
Hablaba con Alfredo, que ya era Juan y venia llorando Marta, pero ya abrazaba a Alea y todos los colores se volvían nítidos y sepia y luego todo era blanco y negro. Quería despertar, pero estaba más despierto que nunca. Sentía que moría, pero estaba más vivo que nunca. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas pero realmente no las sentía, lo peor apenas vendría.
Por fin se acercó mi cama, iba custodiado y me ayudaban a caminar como si fuese un anciano. De repente había envejecido varios años, no era el todo consciente de quien me acompaña y solo escuché “Duerme”.
Me acosté y me quité los zapatos, seguí sollozando un rato y luego volvió la pesadilla.

Un vacío en su pecho, un cuarto oscuro y un arma que sin previo aviso se disparaba; un túnel negro, ella cayendo. Todo al mismo tiempo, No corrió, no huyó, no se murió, solo cayó buscando su cuerpo, solo gritó, solo pidió ayuda, cerro los ojo y con unas cuantas lagrimas, empezó la pesadilla. 

BIENVENIDO A LA HERMANDAD SIN ESTANDARTES


Bienvenido hermano audaz,
A esta tierra que no tiene igual,
Aquí las canciones no hablan de héroes,
Solo cantamos a los más insolentes.

Que tu hermano venció,
En la tierra del gran León,
Que tu padre gobernó
Sobre los Valles del Hombre Feroz.

Pregúntame, hermano,
Cuanto me importa,
Si lo único que quiero es una buena moza.

Quema esa bandera,
Que ensucia mi vista,
Olvida tu casa
Aquí no pedimos Visa.

Mientras ellos se envenenan en banquetes gigantes,
Nosotros morimos por los banquetes del hambre.

Por eso olvídate del trono,
Bota la plata, cambia tu habla,
Desenvaina la espada,
Y lucha por quien nadie defiende.

Olvídate ya,
De esos grandes ricos,
Que solo pelean,
Por sus tristes castillos.  

Mientras ellos se envenenan en banquetes gigantes,
Nosotros morimos por los banquetes del hambre.

Alza esa cerveza,
Que vamos a celebrar
Por la Libertad sin más.

Enciende la llama,
Vamos a luchar,
Por el Pueblo, sin más. 



lunes, 18 de junio de 2012

Duelo Eterno


Se encontraba en medio de aquel bosque oscuro. Solo lo acompañaba la luz de aquella antorcha que amenazaba con apagarse. Le parecía increíble que en ese mismo momento hubiese en otras partes del mundo personas viviendo algo completamente distinto a lo de él. Que hubiera alguien sonriendo, comiendo, bebiendo o durmiendo. Aquellas acciones ya le parecían inalcanzables.  
Seguía buscando aquella esmeralda extraña. Pero buscar un verde tan verde en medio del verde más verde que hay, resultaba una proeza imposible. Aquel bosque estaba bañado por una extraña magia. Había un brillo tenue en sus pies, un verde tan vivo que la oscuridad no lo apagaba. Pero no, no por eso alumbraba. Si no fuera por su antorcha, estaría perdido. ¿No lo estaba ya, incluso con ella?
Sus pasos eran torpes y la decisión que lo había acompañado hacía apenas unas horas se había esfumado, al parecer por completo. Ya no tenía escapatoria y se había autoproclamado capaz de encontrar aquella maldita esmeralda. Tenía que demostrarlo o morir en el intento.
Los arboles crecían ya muy juntos en el sitio donde se encontraba. Pensaba en algunos momentos que estaba soñando, entonces intentaba ver que todo era un sueño y se intentaba despertar, pero no lo conseguía, tampoco podía volar ni hacer nada extraordinario. Tal vez nunca en su vida había estado tan despierto como en aquel momento. El hambre, el sueño, la sed; todo su cuerpo le gritaba aquella verdad.
Empezaba a tener demasiado frio, pero no del físico sino del emocional y la desesperanza estaba consumiéndolo. Llevaba allí ya dos días completos, o al menos había salido el sol y se había ocultado dos veces y no estaba seguro de que aquellos fueran días normales, se le hacían mucho más lentos. Al menos el día, de seguro lo era. La noche se extendía por largo tiempo.  Y tan pronto como veía el sol divisarse caía dormido sin poder evitarlo. Chocaba siempre muy fuerte contra el suelo estuviera en el lugar en que estuviera y despertaba justo para ver el último segundo en el cual se estaba ocultando por completo una vez más. Cuando dormía – si es que aquello era dormir – no soñaba, solo había oscuridad y destellos verdes en medio de aquel mundo negro.
Sabía que si dormía de noche, en aquella oscuridad todo estaba perdido. Pero ya no aguantaba más. Soltó la antorcha, pero su fuego eterno no se consumió ni menguó cuando tocó el piso. Llevaba prendida desde que había entrado allí..Aún así la perdió de vista. Cerró sus ojos. Se acostó y justo cuando se estaba disponiendo para dormir ocurrió lo extraordinario.
Sonó un estallido cerca a él que lo obligó a despertar. A unos cuantos pasos había un hombre de contextura delgada y bastante alto para lo que recordaba común a los hombres. Tenía un destello propio, en medio de la oscuridad, no necesitaba luz para distinguirse claramente. No parecía ser muy fuerte pero había algo en su presencia y en su ropaje negro que le obligaba a respetarlo. Se giró lentamente y vio entonces un rostro lleno de cicatrices y formas dispares y asimétricas. Una nariz retorcida, como si hubiese sido golpeado un centenar de veces. Pero en medio de todo aquello, unos ojos de un café claro extraordinario y una sonrisa perfecta. No sabía hacia cuanto se había mirado a un espejo, pero tuvo la misma sensación.
Un frio le recorrió todo el cuerpo y el suelo pareció estremecerse con él. Estaba frente a sí mismo.
Ya había escuchado antes las instrucciones. En el momento en que se encontrara sumergido y rodeado por la belleza de la esmeralda verde, tendría que enfrentarse a sí mismo. Y matarse. O morir.
Aquellas palabras tan paradójicas ahora cobraban un poco de sentido. La esmeralda no era más que el mismo suelo que había estado pisando todos esos días, ese que dejaba ver su inigualable belleza en las noches de aquel extraño bosque. Y el otro punto. ¿Cómo podría matarse a sí mismo para sobrevivir? Ya estaba encontrando la respuesta. Se quedó tumbado un poco más sin saber qué hacer. Y reaccionó de repente, incluso para sorpresa de él mismo.
Sacó el puñal de acero negro que tenía guardado dentro de una funda al lado derecho. Y salió corriendo contra su oponente. Salió corriendo contra si mismo. Y acertó en el primer intento, lo clavó en el brazo derecho con fuerza.
Escuchó entonces su grito.
No supo cual de los dos había gritado, pero sin duda, solo él mismo tenía muestras de haber sentido el dolor. Entonces vino un golpe fuerte a su cara. Su nariz, como tantas otras veces se rompía y daba libertad total al líquido rojo que circulaba tan plácidamente por todo su cuerpo. La sangre cayó  sobre el suelo verde y al mínimo contacto perdió completamente su brillo sobrenatural. Lo único que alumbraba en aquel bosque extraño era su oponente. Él mismo pero brillante.
Reaccionó deprisa y dio varios pasos hacia atrás esquivando una segunda estocada. Se dio cuenta entonces que el golpe no le había dolido en lo más mínimo. No era corto de entendederas. Se fijó en la cara de su doble. Su singular oponente tenía una mueca de dolor y se tocaba su nariz intacta. Su brazo derecho tenía un brillo rojo que nunca había visto en su vida y dejaba adivinar una herida profunda, realizada evidentemente por un puñal. Y también sentía un inmenso dolor en su brazo derecho.
<>- para vencer tenía que soportar el dolor de la muerte, y ver su oponente cómo moría.
No tuvo tiempo para pensar más. Aunque parecía que el tiempo corría muy despacio. Su oponente no lo hacía a la misma velocidad. Tenía un puñal igual que el suyo y se dirigió hacia él con un movimiento recto que iba directo a su corazón. Se quitó rápidamente y profirió un ataque con toda su fuerza hacia el rostro. <>. Pero antes de que llegara a su objetivo, el clon se movió con rapidez y lo único que consiguió fue hacerle una herida poco profunda en el pecho. Ahora venía el obvio contra-ataque. Y no vino solo. Un ardor insoportable en el pecho le hizo pensar que iba a explotar por dentro. El dolor lo distrajo, mermó sus reflejos, su concentración e inmediatamente después vio cómo su brazo izquierdo sangraba profundamente. Se tiró al suelo y rodó alejándose de su oponente. Estaba jadeando, pero aquel maldito clon brillante tenía su mano derecha en el brazo izquierdo y tenía una mueca de dolor.
Lo que siguió a continuación, rompió estrepitosamente el silencio de la noche. El dolor paralizaba más que las heridas en sí mismas. Aunque sentía que su brazo izquierdo no tenía movilidad tomo su puñal con él y forzó un ataque directo a su ojo derecho. Sabía que iba a perder visibilidad y la necesitaba debido a la oscuridad, pero el sentir aquel dolor iba a ser muchísimo peor. Su oponente empezó a gritar pidiendo piedad mientras de un momento a otro perdía la visibilidad de la mitad del mundo. No vio su ojo derecho, pero se lo imaginó rodando por el suelo de aquel bosque. Ahora tenía a su enemigo completamente indefenso, chillando en el suelo y con una mano en su ojo… Se abalanzó contra él. El clon no se intentó defender, pero a cambio se apuñalo fuertemente los dedos de la mano derecha, aquella con la que él tenía el puñal. El dolor no lo hizo gritar, pero si soltar el puñal por un segundo.
Inmediatamente se precipitó al suelo en busca de él, intentando no darle importancia al dolor. Su clon estaba recobrando la compostura… Se estaba acercando a él. Pero había cometido un gracioso error. Había quedado con su brazo derecho completamente inutilizable y sabía que tan poco diestro era con la mano izquierda. Palpó algo frio en medio del suelo oscuro, lo tomo con su mano y esperó.
Ya estaba muy cerca y tenía el puñal alzado para clavárselo en la espalda, directo en el lugar donde se ubicaba el corazón al otro lado del cuerpo. Entonces rodó hacia el lado derecho alejándose de su mano y del puñal. Y se paró de un salto.
El dolor que sintió en el cuello era indescriptible. Luego vino la sensación de un ahogo incontrolable. No podía gritar pues sentía que la garganta había perdido toda funcionalidad. No podía respirar bien. Su clon cayó, mientras perdía el brillo lentamente. Y cuando todo fue oscuridad, su suplicio terminó. El cuello le dejó de doler. Pero a la vez, un dolor en donde antes había tenido un ojo empezó. Vio una luz al fondo, el sol se estaba asomando. Posiblemente aquello sería el final de aquella hazaña por la esmeralda verde. Y por fin vería amanecer y volvería al mundo humano de verdad. Despertaría de aquella eterna pesadilla.
Llegó a sentir el calor del sol solo un instante. Su único ojo se cerró de repente. Sintió que caía. Solo despertaría de nuevo al anochecer.


Se encontraba en medio de aquel bosque oscuro. Solo lo acompañaba la luz de aquella antorcha que amenazaba con apagarse. Le parecía increíble que en ese mismo momento hubiese en otras partes del mundo personas viviendo algo completamente distinto a lo de él. Que hubiera alguien sonriendo, comiendo, bebiendo o durmiendo. Aquellas acciones ya le parecían inalcanzables.  
Llevaba allí tres días completos y no paraba de buscar aquella extraña y maldita esmeralda verde. Ni si quiera sabía si en verdad habían sido tres días reales o solo ilusiones. La desesperanza lo estaba consumiendo. Cerró su ojo y se tiró al suelo resignado a dormir para nunca más despertar. Pero justo en ese momento sucedió lo que ya creía imposible.
Sonó un estallido cerca a él que lo obligó a despertar. A unos cuantos pasos había un hombre de contextura delgada y bastante alto para lo que recordaba común a los hombres. Tenía un destello propio, en medio de la oscuridad, no necesitaba luz para distinguirse claramente. No parecía ser muy fuerte pero había algo en su presencia y en su ropaje negro que le obligaba a respetarlo, aunque estuviera desgarbado en varias partes. Se giró lentamente y vio entonces un rostro lleno de cicatrices y formas dispares y asimétricas. Una nariz retorcida, como si hubiese sido golpeado un centenar de veces y en lugar de un ojo, un agujero vació repleto de gusanos y de un color negro profundo. Pero en medio de todo aquello, una sonrisa perfecta. No sabía hacia cuanto se había mirado a un espejo, pero tuvo la misma sensación.
Sintió un escalofrío. Era él mismo, reflejado en otro. A eso se referían las instrucciones que le había dado su maestro antes de mandarlo. Matarse a sí mismo para sobrevivir. Los dos ojos cafés que había entre ambos se encontraron solo un instante. Reaccionó rápido sorprendiéndose a sí mismo.
Sentía que había hecho aquello un centenar de veces.