Caía la inocencia y mientras los sueños se desvelaban, una sonrisa
aparecía. Las apariencias siempre te engañan. No era para nada inofensiva.
La noche traía consigo su misterio. Tenía un arma en su mano,
era parte de su cuerpo. Todo está teñido de rojo y negro y gris, y la luna
blanca mira con tristeza la escena final de su hermana; su última aparición.
La belleza sacrificada. La trajo atraída por mentiras. Era un
experto en las palabras, especialmente
aquellas hechas a base de carroña. La negra intención que no contempló, hasta
que su final llego. Sin avisar, sin esperarlo.
Una inocente palabra, que soltó con estupor. En todos lados
la gente la repite, el hijo a la madre, la madre al hijo, el hombre a su amada,
su amada al traidor. Es el opio que se necesita para que empiece la acción.
Te amo.
El aire tiembla, un sonido que invade. Pero ya todo está
planeado, todo está escrito. Sus labios rojos se acercan, muy rojos. Por un
momento me pierdo. Me concentro. Son sus ojos los que no miran más allá, su agudo
olfato, el que no siente el metal que se acerca por detrás. Yo soy el que la
tiene en mis manos, no ella a mí.
La beso. Disparo. Cae en mis brazos. La asesino. La amo… Ya
terminó. La farsa acabo. Ha muerto. No volverá.
La luna llora, yo sonrío. Su rojo es gris, es blanco, es
negro, es luz, es mentira. No es nada.
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