Aquella otra personalidad iba a acabar
con él. Era un hombre frío, descuidado, no le importaba ningún
detalle, simplemente hacía lo que le parecía en el momento en que
le parecía. ¿Una mujer intentaba hablarle en alguna conferencia?
“¿Por qué no cierra el pico? ¿Es tan complicado?”. Era frío.
Aquella palabra es muy utilizada para describir a mucha gente, pero
con él si que era cierto. Frío. Sus palabras calaban los huesos y
derretían el alma. Hacía que se sintiera uno muerto
La mujer estalló en llanto y salió
corriendo por el corredor gritando “No me hable! No me hable!”
“Pensé que eso era lo que quería hacía más de media hora”.
Suspiró el viejo.
Y se dedicaba a eso, a trabajar con lo
más frío que existe, los metales. Los moldeaba, los tallaba, allí
si que era todo lo que no era en los demás aspectos de la vida. Le
dedicaba mil horas a un solo detalle que el ojo humano apenas podría
percibir. Tardaba meses enteros en aquellas bolitas que alguna mujer
apenas iba a notar en el respaldo de un carísimo collar.
Cuando se encerraba en su estudio se
hacía más huraño, más grosero, se notaba incluso en su modo de
caminar, descuidado como si ni si quiera le importara dónde iba.
Tropezaba a menudo con las cosas que caían al piso con gran
estruendo, incluso haciéndole daño y parecía que no fuera con él.
En fin, el mundo no le importaba.
Su esposa tampoco, sus hijos estaban ya
mayorcitos y aunque cuando empezó el cambio se preocuparon, terminaron por dejar el tema a un lado. De un momento a otro la
familia era reconocida, eran multimillonarios, todo gracias al
trabajo de su padre. Ya no vivían con él así que no tenían que
aguantar su extraña nueva personalidad. Aquella “otra
personalidad” de la que tanto hablaba su esposa. Esa era su teoría,
quizás para hacer que los días fueran minimamente soportables. Y
además tenía sentido.
Aquel hombre cálido y amable que
alguna vez existió desapareció cuando empezó a hacer el primer
collar “especial”. Una obra de arte completa, en la que tardó
mucho tiempo. Todos notaron el cambio inmediatamente pero pensaron
que era debido al estrés que le producían tantas deudas económicas.
El collar se vendió en un tiempo récord y exactamente un día
después empezó la “Fiebre por el metal cálido”. Lo especial
que tenía aquel collar, esa, su primera obra de arte era que
despedía calor propio. Fascinadas, todas las mujeres querían tener
aquello, incluso sentían ansias por conocer a su creador. Varios
asesores y hombres de negocios vieron allí la gallina de los huevos de oro.
Ocultaban al verdadero creador y lo suplantaban por un hombre joven y
apuesto al que las señoritas podían conocer por un “módico”
precio, de allí un porcentaje iba para el creador de collares y su
familia con tal de que permaneciera con el pico cerrado. A la primera
mujer que compró su obra de arte le dieron una escandalosa suma de
dinero para que también mantuviera el pico cerrado. Fue ella la que
persiguió al talentoso joyero por cielo y tierra hasta dar con él,
para luego arrepentirse en el acto. Una sola palabra hacía ella y el
calor que emanaba su lujoso collar desapareció al instante. “¡No
me hable, no me hable!” Era insoportable no sentir aquella
presencia a la que tanto se había acostumbrado.
Algún día su esposa se lo dijo “Esta
otra personalidad te va a matar, estás dejando que tu ser se
entierre atrapado en unas joyas que lo único que nos han dado ha
sido dinero, pero nada de felicidad” él la miró con franqueza y
en el acto más cálido que había tenido en muchísimo tiempo le
pidió “Solo haré una joya más, solo una más y todo esto habrá
terminado”.
Empezó a trabajar el doble del tiempo
de lo normal, había hecho cuantiosas inversiones con las cuales
podía vivir sin entregar más encargos, además todo el mundo estaba
ansioso por ver su nuevo y último trabajo. Pero tuvieron que esperar
un año, dos años...
La esposa algún día no lo soportó
más, el ambiente en la casa era frío, completamente frío. Hacía
tiempos que no dormían juntos, el frío que despedía el hombre era
tal que había estado a punto de sufrir hipotermia por solo pasar una
noche junto a él en la cama. La esperanza se le derretía y los
celos la empezaron a consumir. Cada una de aquellas mujeres que tenía
una joya de él tenían una parte de su antiguo esposo y ella tenía
solo el dinero que él producía, nada más. Le anunció que se iba
mientras estaba en el estudio, él ni se inmutó, no le pidió nada,
no le dijo nada, ni la miró. Nada. Su mirada clavada en su última
obra de arte.
Pasó solo un año antes de que
encontraran el cuerpo de la mujer abandonado en un edificio
horripilante en el peor sector de la ciudad. El teléfono sonó en la
casa y el hombre fue a contestar “Su esposa ha muerto, señor....”
“Lo único que pido es que no la cremen, ella no quería eso, denle santa sepultura y por favor, no dejen que su cuerpo se pudra antes de
que pueda ir a verla, en tres días” “Señor, lo que usted pide
es...”Colgó el teléfono, una sonrisa se dibujó en su rostro “Al
fin voy a acabar con esta, mi última obra de arte”.
Tres noches después salió de su
oscuro y frío refugio, hacía mucho no lo hacía así que al
principió se desconcertó. Tenía claro en qué cementerio se
encontraba enterrada su mujer así que se dirigió hasta allí. Al
fin llegó, tomando pocas precauciones empezó a desenterrar, llegó
al ataúd después de varias horas en las que con la misma paciencia
que tenía para trabajar el metal había cavado. Lo abrió de un
solo golpe. El cuerpo estaba repleto de gusanos, pero eso no era
problema. Sacó el collar, un collar con diamante verde que hubiera
hecho perder la cabeza a la mujer más exigente o a la que menos le
importase, un collar con vida propia, con luz propia, con calor
propio.
Los dos salieron del cementerio por la
puerta principal, ante la atónita mirada del portero, tomados de la
mano, con una sonrisa que hacía años ninguno de los dos tenía y
con aquella, su última obra de arte, reposando en el pecho frío de
su esposa muerta.