No es la primera vez que llego hasta el umbral. Un cosquilleo en el hombro, miro atrás. El pasado,
aquel extraño compañero. Un amigo imaginario que no deja de atormentarme, sí, todos
tenemos mucho de esquizofrénicos. ¿Acaso
el pasado existe?, Si ya se fue, si ya no está, ¿Acaso alguna vez estuvo? Una distorsión
cerebral, no hay más. Miro atrás.
Luego llega la razón. Me acerqué
hasta esta puerta, es cierto ¿Por qué? ¿Acaso llegué y miré atrás y por eso me
detuve en el umbral? No, al contrario. Llegué mirando atrás y solo en el umbral
me detuve a contemplarla. Sus extrañas bisagras, sus formas circulares. Es
extraño como esta puerta me muestra cosas que nunca vi cuando alguna vez estuve
en el interior. ¿La fachada me debería importar?
Pero la puerta no es lo que me
detiene, tal vez alguna vez lo hizo, no hace mucho. Bueno, no hace mucho que
pasó todo lo que generó este embrollo. Ahora no, la puerta no me detiene. Sería
ridículo, infantil, ¿Acaso no conocí más y mejor cuando estuve en el interior?
¿Qué importa el color de la puerta si dentro el ambiente es agradable? No, no,
la puerta no me detiene en el umbral. Lo que me detiene es mirar al interior,
mirar otra vez. Es el futuro, nuestro otro amigo imaginario. Allí parado,
sonriendo. Me encantaría entrar.
¿Entonces, por qué no lo hago?
Tiene dos caras. Una promesa, una sonrisa.
Una promesa hija del pasado, una
sonrisa provocadora pero utópica. A lo mejor y nunca será, a lo mejor y se
quede en el mundo del jamás. El pasado me ata y la sonrisa me incita. Pero
piénsalo dos veces. ¿Acaso tanto dulce es bueno? ¿Acaso puedo mantener el
control?
Si no estoy dispuesto a todo,
mejor no me acerco demasiado. Eso pienso. Las piernas flaquean, respiro,
suspiro. Escribo. Doy media vuelta, un paso atrás. Nunca hago prisioneros, por
eso digo adiós a los que se van. Que extrañas lealtades con las que estoy compartiendo
intimidades. No traspaso el umbral, pero
dejo mi marca en la puerta que no quise atravesar.
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